Carlos Trejo Lerdo de Tejada

y su historia olvidada de la nación mexicana

 

 

 Claudia González Gómez*

 

 

Carlos Trejo Lerdo de Tejada publicó en 1916 La Revolución y el nacionalismo. Todo para todos, en La Habana, Cuba, editado por la Imprenta y Papelería La Estrella. A pesar de la vigencia de los temas que se trataban, esta obra fue poco conocida en México. Las principales causas fueron porque se trataba de un producto de la interpretación de uno de los intelectuales exiliados mexicanos durante la revolución que se editó fuera del país. El propósito nuestro es analizar los planteamientos expuestos allí, la situación del autor, así como el contexto en el que la obra fue escrita, para tratar de entender esta interpretación de la revolución mexicana, la que a pesar de que fue realizada desde la distancia, se distingue por su espíritu nacionalista.

     La función de Carlos Trejo como intelectual1 consistió en adaptar su pensamiento para ofrecer legitimidad al grupo en turno en el poder. Para él, no era tan importante el líder político al que tuvo que servir su discurso, siempre y cuando éste entrara dentro de los planteamientos del pensamiento liberal. En el caso del libro La revolución mexicana y el nacionalismo. Todo para todos, sus fundamentos debieron de ser convincentes principalmente para los constitucionalistas, y  redundaron en  un espacio que le dieron dentro de la élite intelectual y diplomática mexicana en la etapa posrevolucionaria.

     El punto de vista de Carlos Trejo en ese libro fue generado desde la distancia a la que le había marginado el contexto político debido a su “necesaria salida del país”; por lo tanto, su perspectiva pertenece a la historiografía de los “vencidos”, quienes desde la lejanía se convirtieron en testigos de los hechos; ellos también dejaron su testimonio con características muy particulares. En general, su visión fue crítica sobre lo que sucedía en México durante los primeros años de la lucha armada. A pesar de que el aparato oficial mexicano procuró mantenerlos ocultos, sus planteamientos no fueron del todo acallados, gracias a que durante su destierro en Cuba surgieron espacios para generar lo que se puede considerar la “otra historia”2 de la revolución mexicana. Su interpretación provenía del lugar privilegiado que habían ocupado como intelectuales hasta que fueron expulsados. Eran los actores depuestos y relegados que añoraban aquella posición que habían mantenido por décadas, y por esta causa tuvieron una visión distinta a la de los grupos triunfantes que reconstruían el México posrevolucionario.

     Sin embargo, el libro de Carlos Trejo, La revolución y el nacionalismo. Todo para todos, representa un caso atípico en cuanto a la historiografía generada por los exiliados mexicanos en Cuba entre 1910-1919, porque a pesar de que denunció los “errores” que cometían las diferentes facciones revolucionarias, se dedicó a la vez  a hacer una serie de propuestas dirigidas a quien asumiera el mando.

     En primer lugar tenemos que señalar algunos datos biográficos del autor. Carlos Trejo Lerdo de Tejada nació en la Ciudad de México el 5 de noviembre de 1879;  fue hijo de José Trejo Zozaya y de Guadalupe Lerdo de Tejada, nieto de Miguel Lerdo de Tejada, secretario de Hacienda durante la presidencia de Benito Juárez, y sobrino del presidente Sebastián Lerdo de Tejada. Así pues, fue descendiente de una de las familias liberales más importantes de la segunda mitad del siglo xix y siempre se sintió orgulloso de su cuna liberal.

     Sus relaciones familiares le abrieron las puertas para ejercer funciones en la administración pública. A pesar de que fue precisamente Porfirio Díaz quien expulsó de la presidencia a su tío Sebastián cuando éste intentó reelegirse, eso no fue obstáculo para que ocupara un cargo como agente del Ministerio Público en el ramo penal y militar, así como abogado consultor de la Secretaría de Fomento.  En 1909 formó parte de la mesa directiva del  Partido Democrático;3 dentro de su plataforma, esta organización política propuso la reelección del presidente Díaz, postura que por contradictorio que parezca, fue apoyada por Carlos Trejo. En ese momento, su convencimiento de la política porfiriana fue tal que escribió el libro Nuestra verdadera situación política y el Partido Democrático.

     Unos meses más tarde, cuando conoció las ideas de Francisco I. Madero sintió total adhesión a su proyecto y se encargó de hacer promoción a favor del Plan de San Luis, lo cual le valió para que una vez alcanzada la victoria maderista resultara electo diputado federal en las elecciones legislativas de 1912.4 Para entonces también había sido profesor de derecho civil y elocuencia forense en la Escuela de Jurisprudencia de la Ciudad de México, director del cuerpo de abogados consultores de la Secretaría de Fomento, Colonización e Industria, así como procurador General de Justicia.

     Durante 1912 se concentró en sus responsabilidades en la Cámara de Diputados; sus participaciones consistieron en hacer propuestas legislativas para reestructurar la propiedad agraria. En esa época se contó entre el grupo de funcionarios cercanos al presidente Madero; a pesar de ello, conservó un sentido crítico. En una ocasión fue citado a Palacio Nacional; al ser recibido, el mandatario le comunicó su idea de nombrarlo secretario de Fomento, pero durante aquella reunión el licenciado Trejo le manifestó su desacuerdo con la política conservadora y poco efectiva con la que dirigía el país; además, cuando el presidente le mencionó su idea de designar a Luis Cabrera, secretario de Hacienda, comentó que respetaba al licenciado Cabrera  y se consideraba su amigo, pero pensaba que no tenía los conocimientos para ejercer el cargo, en su opinión, sería más adecuado para la Secretaría de Gobernación. Sus argumentos no debieron agradarle a Madero, ya que al despedirse le indicó que su nuevo puesto era de ministro de México en Bruselas.5 Trejo hizo caso omiso a la decisión presidencial de enviarlo lejos y continuó su labor como diputado.

     El gobierno maderista terminó abruptamente, y cuando Victoriano Huerta asumió el mando, decidió disolver la Cámara. Carlos Trejo, junto con otros diputados, salió desterrado del país. Por azares del destino, abandonó la capital por la vía ferroviaria entre México y Veracruz, que había sido inaugurada por su tío Sebastián Lerdo de Tejada el 1 de enero de 1873. Del puerto de Veracruz se dirigió al de La Habana, y luego a Europa. Durante un viaje a París, visitó a Porfirio Díaz quien también se encontraba desterrado. Para tener alguna actividad decidió escribir; fue en esos días que empezó a hacer el borrador de su libro La revolución mexicana y el nacionalismo. A pesar de que intentó acomodarse  en el ambiente político e intelectual del viejo continente no lo consiguió, por lo que decidió ir a probar suerte en la isla caribeña, donde podría esperar una oportunidad para regresar a su patria.

     Aunque no contamos con la fecha de su llegada a Cuba, suponemos que fue más o menos en 1915, cuando en México las facciones revolucionarias habían destituido al usurpador Huerta y el debate se daba entre ellas para decidir quién obtendría el control político. Desde su arribo, Trejo intentó establecer contacto con otros mexicanos que también se encontraban exiliados. Coincidió con varios compañeros de banca de la Cámara de Diputados, como Isidro Fabela, que estaba en la isla haciendo propaganda a favor de la causa carrancista. Al amparo del ex representante de Cuba en México, Manuel Márquez Sterling, intelectuales mexicanos como Jesús Flores Magón, Federico Gamboa, Francisco El güero, Querido Moheno, entre otros, se generó un grupo de intelectuales desterrados, quienes empezaron a publicar artículos en los diarios habaneros, a organizar revistas, así como a editar algunos libros. Durante esa etapa, los temas obligados fueron variados, desde la poesía, la filosofía, las autobiografías y memorias, pero sin lugar a dudas la cuestión obligada era la revolución mexicana. De esta manera, la intención de Trejo de escribir un libro sobre la situación de su país llegó a un escenario idóneo, como lo era el ambiente ilustrado de la colonia mexicana en Cuba.

     En primer lugar se debe aclarar que el móvil de Carlos Trejo en el libro La revolución mexicana y el nacionalismo. Todo para todos, no es ofrecer una crónica histórica detallada, sino, como él mismo lo describe, un “estudio de sociología política nacional” para averiguar el origen y las causas de lo que consideraba eran los vicios orgánicos del país; inclusive su propuesta va más allá, al proponer soluciones a los grandes problemas nacionales. Como positivista, Trejo reconoce que la obra del sociólogo es “señalar a los políticos enfermedades y cánceres políticos colectivos, para que el arte del gobierno los conozca y corrija”.6

     Otra de las cuestiones que es necesario tomar en cuenta a la hora de acercarse a este libro es que a pesar de que el fenómeno de la revolución mexicana todavía se estaba desarrollando, Carlos Trejo ya la contemplaba como un hecho digno de estudiarse; en este caso, el distanciamiento de los hechos históricos es física y su interpretación parte de su presente, es decir de la necesidad de explicar esa realidad que está observando como exiliado.

     Para él, la evolución histórica de México tenía  cuatro etapas: a) La Independencia, cuyos héroes o principales líderes fueron Miguel Hidalgo, como su iniciador, y Agustín de Iturbide, como artífice de la consumación del movimiento; b) La reforma político económica orquestada  por Miguel Lerdo de Tejada;  c) La reforma político religiosa de Benito Juárez;  y d) Finalmente, la reforma agraria y política económica iniciada por Francisco I. Madero y continuada por Venustiano Carranza. De esta manera, la obra es un estudio evolucionista de la historia de la sociedad mexicana, en el que abarca desde la conquista hasta la revolución mexicana. Para hacer la descripción de largos periodos históricos y explicar los cambios de gobierno de una manera sintética, se auxilia de cuadros estadísticos y cronológicos,  y después da prioridad al  análisis de los hechos que le son actuales.

     Abiertamente hace referencia a su inclinación ideológica liberal, aunque se consideraba respetuoso de la libertad de cultos, lo cual no implica que estuviera de acuerdo con la forma en que se conducía la Iglesia; por esto hace severas críticas a la participación de la institución religiosa en el orden colonial. Decía que el “elemento clerical” a través de la historia fue un constante conspirador y árbitro de los destinos del poder civil, que por no limitarse en su misión fue la principal responsable de los infortunios nacionales. Critica especialmente el control social y político que llegó a acumular la Inquisición, la cual a través de escarmientos, excomuniones y castigos, además de la vigilancia ejercida sobre los libros y las teorías, fue un obstáculo para la evolución de las ideas en la Nueva España.

     Con sentido de consejero político, decía que la falta de un modelo propio de Constitución acarreó grandes males a la nación mexicana, porque los modelos europeos y estadunidenses que anteriormente se intentaron aplicar no abarcaron todos los aspectos de la realidad mexicana. Sobre su abuelo Miguel Lerdo de Tejada, señalaba que:

[…] con su diáfana visión de verdadero estadista, planteó la Reforma en su aspecto social, político y económico, dando con las leyes de desamortización y nacionalización de bienes el primer golpe mortal y certero a ese Goliat [el clero] que durante siglos sujetó entre sus garras poderosas, nuestra organización social y política y nuestros destinos nacionales.7

Pero, según el autor, por descuido de las autoridades, evidentemente porfirianas, la Iglesia había retornado a su posición. A pesar de ello hace una crítica al anticlericalismo de ciertos grupos revolucionarios, porque era un grave error enfocar la batalla en ese sentido. Advertía que se debía aprender de ejemplos de épocas anteriores, particularmente de la lucha encabezada por los jacobinos contra los conservadores durante el siglo xix, que habían llevado a un desgaste innecesario al país. Esta posición se vería reforzada con las noticias sensacionalistas que circulaban en Cuba entre los miembros de la colonia mexicana sobre los abusos de ciertos jefes de armas revolucionarios contra la Iglesia y los miembros del clero. Por lo tanto opinaba que:  

[…] persiguiendo al clero, en sus componentes personales, que atropellando irreflexivamente los sentimientos religiosos de una gran parte del país se está cometiendo el error sin resolver nada en definitiva, de convertir al clero en víctima, dándole así una popularidad que no merece y que había perdido grandemente.8

Por otra parte, Trejo tiene un concepto progresista de la revolución, en el cual, si ya se había eliminado al usurpador Huerta, ahora las facciones debían dejar de lado sus rencores y ocuparse del restablecimiento del país. A la vez insistía en vincular al movimiento revolucionario con el liberalismo:

La revolución, que como aspiración nacional a mi juicio ha triunfado por completo y saturado la conciencia nacional tiene que afianzar el poder, cuando las diferentes facciones liberales que ahora se lo disputan, comprendan todo el peligro que su injustificada división acarrea, tienen que completar, más bien reconstruir esa obra reformista y seguir su firme orientación político-económica, que las generaciones liberales contemporáneas, por error o incapacidad no quisieron o no pudieron continuar.9

Para remediar los males que aquejaban al país y que volviera la paz, Trejo proponía a los líderes que  acabaran las diferencias entre las facciones revolucionarias porque era necesario “conservar un espíritu amplio y sereno y nunca degenerar en pequeñeces, en odios personales, en venganzas y ciegos furores de muchedumbre, que a mi juicio ponen en grave riesgo el prestigio de la causa popular”.10

     En cuanto al tipo de lector que esperaba leyera su libro, no podía ser más específico: “Dedico esta obra a las modernas generaciones liberales y a sus apóstoles y caudillos, que han puesto su vida el servicio de nuestra gran revolución eminentemente nacional”.11 En cuanto a la credibilidad que podría dársele a su obra, aclara que: “Por herencia ancestral, por convicción arraigada, he sido y soy un liberal sincero. Este libro, que condensa la génesis y expresión de mi credo político, lleva el sello de la más sana intención y del más puro patriotismo”.12

     Ahora bien, por el momento en que fue publicado, así como por el lugar de edición, el libro estuvo destinado por una parte, a los cubanos, quienes por razones de vecindad, simpatía y curiosidad pudieran sentir cierto interés por el tema. El otro grupo de posibles lectores era el de los compatriotas, formado por los exiliados en la isla, ya fuera que compartieran o no sus ideas políticas y los grupos políticos mexicanos, como una aportación que contribuyera a la reconstrucción nacional. Sea cual fuere el lector, Trejo les pedía que:

[…] se despojen de esos odios semánticos, que en México, hacen condenar de antemano las ideas, sólo por enemistad, desconfianza o diferencia de partido, con la persona que las sustenta. Les pido una prueba, ya no de democracia, sino de civilización primitiva, que no me juzguen ni antes ni durante la lectura, sino después de ella.13

Finalmente, su esfuerzo estaba dirigido a un sector de revolucionarios, de quienes esperaba que lo reconocieran como compañero, afín a sus ideales políticos.

     Para justificar la falta de un cuerpo documental que respaldara su información, el escritor señala que eran las circunstancias de su exilio las responsables de que se hubiera visto obligado a trabajar sin los datos, archivos, ni antecedentes. Por ello anticipa que su reconstrucción histórica se basaba en su memoria personal y que su análisis político se sostenía con lo que alcanzaba a percibir desde su destierro.

     Otro aspecto que está presente en este estudio es la desesperación del autor al ver la situación en la que se encontraba el país por la improvisación con la que actuaban los líderes, principalmente Zapata y Villa; decía que eran unos imprudentes porque prestaban oídos a intelectuales  poco preparados,14 sin escuchar a los que tenían mayor experiencia.

     Según Carlos Trejo había dos tipos de revolucionarios: uno era el grupo militar, dentro del cual había algunos elementos inconsistentes, exaltados y despechados, quienes por medio de las armas alcanzaban sus objetivos. Por el otro, estaba el de los revolucionarios científicos, cuya función era lograr la transformación a través de las ideas. Según él, la conjunción de la revolución científica y la revolución militar llevan a la construcción de un estado fuerte, y justamente en esa etapa se encontraba México.

     Su aporte como revolucionario se fincó en la participación en la lucha política de las ideas y en el desempeño de funciones públicas. Con este libro, Carlos Trejo buscaba contribuir a la reconstrucción social y política de la nación mexicana. Es por ello que señala que la revolución debía traer un progreso a la población. Los militares, una vez que alcanzaban el triunfo, debían tener conciencia de que su función había concluido, y ceder entonces el espacio a los letrados, los políticos y los estadistas, para que resolvieran los problemas nacionales, porque eran éstos últimos los que tenían los conocimientos de economía, sociología, psicología, filosofía de la historia, pedagogía, derecho público, etcétera, necesarios para ofrecer soluciones; obviamente él se consideraba dentro de esta categoría.

     Su propuesta para asegurar la paz orgánica se basaba en la necesidad de que las masas populares afianzaran un sentimiento patrio rudimentario. Al mismo tiempo reconocía la importancia de la educación, porque afirmaba que a través del alma del maestro se podían inculcar los valores a los individuos; por ello, para él, la educación era “la obra santa de la magnificación nacional”. Decía que lo hombres públicos que en ese momento gobernaban México sabían más que los antiguos porque tenían más ciencia y conocimientos, pero contaban con menos moralidad, rectitud y patriotismo que los hombres de antaño.

     Si bien su texto fue poco conocido en México, tuvo pertinencia porque luego de la lucha armada, el medio político se encontraba ávido de intelectuales orgánicos que dieran sustento al Estado mexicano posrevolucionario. Es por ello que un libro como el de Trejo, a pesar de que no fue fundamental del carrancismo, ni tuvo la difusión que tuvieron otras obras contemporáneas publicadas en el país, sirvió al autor para insertarlo nuevamente en la política mexicana; inclusive, en el mismo texto, el autor pedía no ser olvidado en el ambiente político mexicano: “Sólo pido a mis correligionarios, con quienes compartí muchas veces y comparto aun en el destierro las amarguras de la lucha, que no borren de la lista de los buenos, mi nombre y mi recuerdo”.15 Casi al finalizar el libro insiste en explicar su necesidad de escribirlo:

Hace dos años y medio que estoy ausente de mi patria, lejos del escenario mismo, donde viven y se desarrollan los sucesos, sin contacto directo de observación con ese cuadro; temo por tanto, que estas observaciones adolezcan de alguna exactitud, pero mi deber es contribuir a la reconstrucción de mi patria, y esta intención purísima y desinteresada, me absolverá de todo”.16

Se consideraba a sí mismo un maderista desilusionado,17 porque como muchos otros mexicanos, se sintió atraído por ese proyecto político, pero decía que la falta de radicalismo y firmeza revolucionaria del presidente destruyeron su triunfo, su prestigio y su gobierno. En un estado de abatimiento por el exilio señalaba que la revolución, por la falsedad de sus banderas y la inconsistencia de sus líderes, el único cambio que había producido era la sustitución de los privilegiados, pero no una evolución social. Durante la etapa huertista, Victoriano Huerta le ofreció un puesto pero no quiso aceptar; fiel a sus principios liberales, prefirió el destierro a ser partícipe del gobierno del usurpador. Para justificar el hecho de no haber participado en la revolución antihuertista, decía que en este movimiento dominaba más un espíritu de odio y venganza que un criterio de regeneración nacional.

¡Cuántas veces, pero cuántas, sin motivo especial e inmediato, he sentido en mi interior durante mi destierro, una inmensa amargura y un sufrimiento inexplicable y vago, sin saber de dónde, me llegaba invadiendo mi alma de dolor y congelando mi espíritu.18

A pesar de su negativa de sumarse a la lucha,  no se consideraba totalmente opositor a las armas, incluso estaba de acuerdo con el radicalismo revolucionario, y sostenía que debía ser aplicado de acuerdo a la intensidad de los males que se  proponía corregir; pero señalaba que había llegado la etapa en la cual debía prevalecer el criterio político; por lo tanto los gobernantes debían mediar para que no dominara la miopía de los caciques militares, quienes movidos por venganzas mezquinas, eran un obstáculo para alcanzar las causas más nobles; por esta razón, insistía que la reconstrucción nacional debía ahora quedar en manos de intelectuales como él.

     En cuanto a la educación, descalificó el proyecto de Justo Sierra porque, explicaba, se ocupó de enseñar a un grupo reducido de la sociedad; se gastó el presupuesto en mejorar los sistemas de enseñanza, en aumentar los planteles, etcétera, pero quienes recibieron esos beneficios fueron los sectores que ya estaban educados, por lo que fue una acción mal orientada. Sugería que el ideal revolucionario debía ser la educación popular. En este sentido, aprovechaba para mencionar que México necesitaba de individuos con una cultura y formación intelectual que estuvieran dispuestos a ofrecer todas sus capacidades para conformar el nuevo Estado mexicano, con un fuerte espíritu nacionalista.

     Trejo consideraba que uno de los problemas de México era la falta de homogeneidad nacional; proponía la formación de una sola raza que garantizara un alma colectiva; era necesaria la educación popular, base para lograr una psicología común. Como positivista, afirmaba que la regeneración sólo podía lograrse por el camino de la evolución. La propuesta de Carlos Trejo para lograr la reconstrucción nacional y proteger los intereses del país consistían en hacer modificaciones a la legislación y al régimen territorial; asimismo, contar con un sistema de impuestos eficiente; fomentar el ahorro; modificar el régimen judicial, y, principalmente, crear en la población un sentimiento nacionalista.

     El sentido nacionalista que manifiesta en su libro lo compartía con otros intelectuales contemporáneos como Andrés Molina Enríquez y sus ideas propuestas en Los grandes problemas nacionales,19 y Luis Cabrera, con su proyecto de reconstrucción de los ejidos,20 los cuales, cada quien a su manera, sostenían que para solucionar la cuestión de la propiedad de la tierra el primer paso era lograr la paz.

     Luego de hacer su análisis, Trejo encuentra una explicación positivista a la revolución mexicana; consideraba que el resultado de la lucha armada debía ser la educación de la sociedad:

No me cansaré de repetirlo, si hemos usado ante la revolución el derecho de censurarla, no para condenar sus errores y protestar contra sus innecesarios atropellos, también debemos colocarnos en un alto y desapasionado criterio de justicia, no para exigirle por hoy, más conquistas y efectos que los que puede lógicamente producir, una revolución nacional honda, que apenas ha realizado su triunfo militar, que debe sacudirse el polvo y suciedades del camino recorrido para penetrar limpia y purificada, en los umbrales majestuosos de nuestro templo gubernativo nacional.21

El libro de Carlos Trejo se publicó cuando Venustiano Carranza por fin había logrado asumir el control político del país y obtenido el reconocimiento internacional; era acertado porque los temas tratados estaban en el seno mismo de la discusión; además, se dio a conocer con el aval de Manuel Márquez Sterling que hasta 1913 había sido representante de Cuba en México, quien señaló que proporcionaba “un juicio distinto de los acontecimientos”; igualmente contó con la recomendación del también exiliado mexicano Luis G. Urbina,22 y la autorización para editarlo de Antonio Hernández Ferrer, en ese entonces responsable del consulado general de México en Cuba, quien después de leerlo consideró que el autor aportaba elementos para la consolidación del nacionalismo.

     En cuanto a su trayectoria diplomática, en abril de 1922, Carlos Trejo fue nombrado Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de México en Chile y luego en Argentina; cinco años más tarde,  fue enviado a La Habana. Al elevarse esa representación a embajada (en mayo de 1927), Trejo fue el primer embajador de nuestro país en Cuba. En noviembre de 1929, la Secretaría de Relaciones Exteriores le ordenó acreditarse ante la República Dominicana en calidad de Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario. En febrero de 1930 renunció porque fue llamado por el presidente Pascual Ortiz Rubio a ocupar la Subsecretaría de Educación Pública. Luego fue gobernador de Baja California

     En el ámbito académico participó en la creación de la Escuela Libre de Derecho, donde ocupó las cátedras de derecho civil, derecho constitucional y elocuencia forense. Durante los siguientes años escribió Norte contra Sur. Obregón-Calles-Ortiz Rubio. Ensayo de sociología política mexicana (1931); La educación socialista (1935); Obregón, aspectos de su vida (1935); Sin rumbo y sin alma: maquinismo suicida, economía dirigida (1937); y El folklore argentino (1941).

 

Conclusiones

Carlos Trejo Lerdo de Tejada, al igual que otros intelectuales y diplomáticos de su época, tuvo que adaptarse a las circunstancias que se vivieron en su contexto histórico; por lo tanto, su discurso se ve inmerso dentro de la tensión y cambios. El hecho de pertenecer a una familia que estuvo en el poder al finalizar el siglo xix le abrió las puertas dentro del selecto grupo en el gobierno, circunstancia que evidentemente aprovechó, pero también tuvo que adecuarse a las condiciones de su tiempo para forjarse su propio espacio, lo que significó hacer adaptaciones a su forma de concebir el mando. Incluso en ciertos momentos parece que fue ambiguo, pero él mismo es reflejo de los acontecimientos de las dos primeras décadas del siglo xx.

     Así, lo que acercó a Carlos Trejo con el régimen posrevolucionario fue su libro La revolución y el nacionalismo. Todo para todos, pero al mismo tiempo lo alejó de ciertos sectores de exiliados que mantenían una posición crítica hacia el constitucionalismo. Cuando los carrancistas obtuvieron el control no permitieron el regreso inmediato de los antiguos liberales. Los exiliados fueron observados constantemente y tuvieron que labrarse una imagen. En este sentido, un libro como el de Carlos Trejo sirvió para eximirle de culpas, porque además de ser crítico del pasado, ofrecía soluciones, y fue oportuno, porque en ese momento Venustiano Carranza requería de intelectuales que fortalecieran el discurso de Estado.

     El tono narrativo que Trejo utiliza está marcado por la desilusión, a pesar de que intenta hallar equilibrios en los hechos que cuenta, es decir, encontrar lo bueno y lo malo de las situaciones; pero su propia experiencia personal del destierro lo hace apreciar los acontecimientos de manera melancólica. El estilo que utiliza es un discurso lleno de adjetivos, con el cual intenta comprobar la idea de que la experiencia que se adquiere con la revolución debe servir para transformar a la sociedad. Según su posición, la lucha armada sólo se justificaba si su resultado era la reconstrucción de la nación, la cual podía conseguirse si existía una mayor repartición de la riqueza, así como la educación de las masas populares.

     Carlos Trejo fue heredero del espíritu liberal decimonónico, que se encargó de crear los símbolos y héroes nacionales medulares de la historia de oro patriótica. Una constante en su pensamiento fue la idea de un nacionalismo extremo. Su defensa de esta posición lo llevó al extremo de promover la idea de que Quetzalcóatl se convirtiera en el símbolo de la navidad en nuestro país.23 La propuesta no era producto de cualquier persona; fue lanzada cuando Carlos Trejo fungía como subsecretario de Educación, y difundida con la intención de inculcar estereotipos nacionales que se arraigaran en el imaginario social. Cuando los reporteros le preguntaron sobre su plan de sustituir el símbolo de Noel o Santa Claus por la serpiente emplumada, contestó que “pretendía engendrar en el corazón del niño [mexicano] el amor por nuestra cultura y nuestra raza”.24 Por supuesto que la propuesta, al aparecer en los periódicos, causó gran alboroto principalmente entre los católicos, que dijeron que era imposible concebir la idea de que una serpiente-dios prehispánica pudiera insertarse en las concepciones teológicas judeo-cristianas. La molestia en algunos fieles llegó al punto de cuestionar, entre otras cosas, cómo era pensable pretender utilizar a un dios pagano para celebrar el nacimiento de Cristo; de la indignación se pasó a la burla hacia el artífice de la propuesta. En cuanto a los comerciantes de la Ciudad de México, las opiniones fueron divididas: unos supusieron que bajarían sus ventas, mientras que otros aprovecharon la propuesta para promocionar sus productos e incentivar el consumo. A pesar del alboroto que causó en algunos sectores, el presidente Pascual Ortiz Rubio mantuvo firme su apoyo a la iniciativa; inclusive acudió con su esposa al acto del 24 de diciembre de 1930 en el zócalo de la Ciudad de México, donde un hombre ataviado con un penacho y subido en un templete entregaba juguetes a los niños.

     En el libro La revolución y el nacionalismo. Todo para todos queda de manifiesto un claro empeño en vincular a Venustiano Carranza con el liberalismo. Se observa que Trejo, en su primera etapa como intelectual, fue positivista, pero más tarde en la década de los años veinte y 30 se le puede considerar socialista.

     A pesar de este viraje, que ciertamente fue producto de las circunstancias, así como de un cambio en los enfoques metodológicos, una directriz en su pensamiento fue su sentido nacionalista.  Por la crítica situación en que se encontraba, procuró no hacer un libro de revanchismo político, sino de reivindicar la función de los intelectuales, al ofrecer argumentos que sirvieran para que la discusión entrara a una nueva etapa; es por ello que destaca ciertos elementos tendientes a que la nación evolucione a través del reconocimiento de sus errores. Si bien el libro La revolución y el nacionalismo no puede considerarse una obra medular para la consolidación del Estado mexicano posrevolucionario, sí es un texto que puso en la mesa de discusión varios aspectos que con los años se vieron reflejados en la reestructuración del país.

 

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* Licenciada y maestra en historia. Profesora investigadora del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Michoacana de San Nicolás Hidalgo; e-mail: claudiaglez22@hotmail.com

 

Notas:

 

1 La función social que cumplieron los intelectuales durante la revolución mexicana fue generar el discurso oficial. El papel de estos personajes se caracterizó como el de intermediarios entre el grupo levantado en armas y la población. Su función fue de interlocutores encargados de organizar las ideas y ponerlas claras para el pueblo. Durante la revolución mexicana la misión social que cumplieron los intelectuales fue generar un discurso, porque algunos de los jefes en armas carecían de preparación. Para mayor información al respecto véase las referencias de Thomas Benjamin, La revolución mexicana. Memoria, mito e historia, México, Taurus, 2003 y Gloria Villegas, “La militancia de la clase media intelectual en la revolución mexicana”, en Roderic A. Camp, Charles A. Hale y Josefina Zoraida Vázquez, Los intelectuales y el poder en México, Los Ángeles, California, el colmex y ucla Latin American Center Publications, pp. 211-233.

2 Jaime del Arenal Fenochio, “La otra historia”, en Conrado Hernández (coord.), Tendencias y corrientes en la historiografía mexicana del siglo xx, México, el colmich/unam, 2003, p. 20.

3 Los miembros de este partido eran Benito Juárez Maza, presidente, y en calidad de vicepresidentes estaban Manuel Calero y José Peón del Valle; las secretarías las ocupaban Jesús Rueta, Diódoro Batalla, Rafael Zubarán Capmani y Carlos Trejo Lerdo de Tejada; otros miembros eran Abraham Castellanos, Manuel Castelazo y Fuentes y José G. Ortiz, Carlos Basave del Castillo y Mauricio Gómez.

4 Al lado de Luis Cabrera, Jesús Urueta, Alfonso Cravioto, Juan Sánchez Azcona, Roberto Pesqueira, Juan Sarabia, Gustavo Madero, Serapio Rendón, Juan Zubarán Campmani, Salvador Díaz Mirón, José Castellot, José Medrano Pontón, Félix F. Palavicini, José Natividad Macías, Luis Manuel Rojas, Rodolfo Reyes, Isidro Fabela, Francisco Elguero, Abraham Castellanos, Luis Castillo Ledón, Antonio Ancona Albertos, José I. Novelo, Alberto García Granados, Gerzain Ugarte, Armando Z. Ostos, Eduardo Neri, Pascual Ortiz Rubio y Aquiles Elorduy García, entre otros.

5 Carlos Trejo Lerdo de Tejada, La revolución y el nacionalismo. Todo para todos, La Habana, Imprenta y Papelería La Estrella, 1916, pp. 175-176.

6 Ibidem, p. 77.

7 Ibidem, pp. 61-62.

8 Ibidem, p. 62.

9 Ibidem.

10 Ibidem.

11 Ibidem, p. 11.

12 Ibidem, p. 12.

13 Ibidem, p. 13.

14 “En México, cualquier individuo se apunta en un partido político, asiste a sus sesiones, hace propaganda de arilla para que en las elecciones, lo postulen para un puesto público o bien un amigo o correligionario, lee la prensa gobiernista o de oposición, según sea el caso, discute acalorada y pasionalmente los acontecimientos y problemas gubernativos del día, etcétera, y por ese conjunto de hechos, se declara un político con toda la acepción de la palabra, y un político capaz de resolver de una plumada, sin conocimiento alguno de ciencias sociales y políticas, historia de su país, etcétera, el problema nacional más complejo, que inspiraría serios temores y escrúpulos de una verdadera eminencia”. Ibidem, p. 212.

15 Ibidem, p. 12.

16 Ibidem, p. 219.

17 En este sentido se acercaba a las ideas planteadas en el libro de autor desconocido, titulado El maderismo en cueros. Apuntes íntimos escritos en el año de 1912, por un maderista decepcionado (léase avergonzado), La Habana, Imprenta el Avisador Comercial, 1912.

18 Trejo, op. cit., p. 207.

19 Andrés Molina Enríquez, Los grandes problemas nacionales, México, Era, 1979.

20 Luis Cabrera, Obra política Luis Cabrera. Estudio preliminar y edición de Eugenia Meyer, México, unam, 1992, Vol. I, pp. 479-510.

21 Trejo, op. cit., p. 214.

22 “No tiene rebuscamientos de estilo, ni afectadas elegancias académicas; más, por muchas de sus páginas, claras y tersas como un pulido cristal, se trasluce el fogoso orador parlamentario, que pone en ellas un soplo arrebatador de elocuencia, que nos atrae y subyuga con el hechizo irresistible de la cordialidad, y como de la mano, nos lleva al firme terreno de la certidumbre”. Comentario de Luis G. Urbina al libro La revolución y el nacionalismo. Todo para todos, incluido en el mismo, p. 266.

23 Al respecto véase, Carlos Trejo, Norte contra Sur. Obregón-Calles-Ortiz Rubio. Ensayo de sociología política mexicana, México, Talleres Gráficos de la Nación, 1931, pp.117-128.

24 http://sepiensa.org.mx/contenidos/h_mexicanas